En el año 2002 por cuestiones laborales conocí a un médico rural que trabajaba en Río Mayo, un pequeño pueblo ubicado en la ventosa estepa patagónica. Por entonces yo formaba parte de un equipo de rodaje y el Dr. Perea nos dio una maravillosa entrevista. Las historias que nos relató fueron muchas y en todas ellas daba cuenta de la dignidad con la que los habitantes de esos parajes encaraban la vida, las enfermedades y la muerte: “Mis pacientes saben enfrentar las cosas cuando las cosas no van del todo bien”… nos dijo con cierto orgullo y admiración.
Los relatos de éste entrañable médico rural hablaban de sus pacientes, pero también de su sentir la medicina como un arte centrado, esencialmente, en la capacidad de escucha e interacción humana.
La medicina actual es tecnológica, científica, eficaz. Los médicos disponen de imágenes y estudios de alta complejidad, realizan diagnósticos precisos e indican tratamientos acordes pero a menudo no pueden comprender ni mucho menos enfrentar o acompañar el sufrir de sus pacientes.
Jaime Etcheverry, médico, científico y ex rector de la Universidad de Buenos Aires, escribió: “En la introducción del famoso Tratado de Medicina Interna de Harrison figura esta frase sugestiva: El verdadero médico tiene una amplitud de intereses shakesperiana: se interesa en el sabio y en el simple, en el orgulloso y en el humilde, en el héroe estoico y en el villano doliente. Cuando es capaz de demostrar todos esos intereses, el médico se involucra en historias humanas particulares. Eso no es materia de la ciencia sino de lo poético. Se manifiesta en el ámbito de la particularidad, la paradoja y las pasiones. Al médico se le descubre el drama de las vidas individuales, uno de los privilegios de su actividad. Ve a las personas en sus mejores aspectos y también en sus peores circunstancias. Las ve estoicas y vulnerables, devastadas y entusiasmadas. Y, si presta atención, en el proceso aprende algo de lo que significa ser humano”.
Me hubiese gustado filmar al doctor Perea junto a sus pacientes pero no pudo ser, tiempo después de darnos aquella entrevista se jubiló y se fue a vivir a Comodoro Rivadavia. Luego me pasé diez años buscando. Encontrar un médico en actividad que sienta y practique la medicina de igual manera que Perea no me resultó sencillo. A simple vista, los médicos se parecen, pero no, por desgracia son pocos los que, como Enrique Perea y Arturo Serrano, tienen esa amplitud shakesperiana de la que se habla en el tratado de Harrison, esa que los involucra en cuerpo y alma (1).
No quiero ponerme dramático ni pesado con esto, pero cuando enfermamos o alguien cercano se enferma las preocupaciones del día a día pasan a ser otras, distintas. Escucharlas, reconocerlas, comprenderlas. Ojalá que éste documental nos anime a reflexionar sobre nuestra posición frente a las enfermedades y dolencias propias del vivir, y nos muestre, también, que hay otra manera de cuidar y acompañar a nuestros enfermos, seguramente menos tecnológica, menos radiológica, pero mucho más cálida, contemplativa y humana.
(1) La Dra. Mariela Bertolino, coordinadora de la unidad de cuidados paliativos del hospital Tornu (CABA) también tiene esa maravillosa virtud.